Qué gran verdad es que de una desgracia Dios puede sacar algo positivo, según la frase lapidaria atribuida a Santa Teresa de Jesús "Dios escribe derecho con renglones torcidos". Así, lo que aparentemente parece una desgracia, un contratiempo, un fastidio... al cabo de los años y con la distancia lo vemos desde otra perspectiva y ya no nos lo parecen tanto. Seguro que las preocupaciones que uno tenía hace 10 años -por decir un tiempo- no son las mismas que las que uno tiene en la actualidad. Nos centramos siempre en el presente, el aquí y el ahora, absolutizándolo y con poca capacidad de relativización.
Supongo que la explicación desde una perspectiva no creyente a este fenómeno es que el ser humano es consciente de que "no hay mal que cien años dure" y nuestra mentalidad termina superando las contrariedades de la vida con la capacidad humana que los psiquiatras y psicólogos contemporáneos denominan "resiliencia".
No obstante, desde una perspectiva de fe a la que yo me adhiero, prefiero pensar que formamos parte de un plan divino, incomprensible para nuestras mentalidades finitas. Según este parecer, los momentos en que nuestra fe es probada a través de distintos acontecimientos son precisamente una posibilidad que se nos brinda para fortalecernos interiormente y demostrar nuestra confianza en Dios. Así al menos intento yo ir encajando los duros golpes que la vida me va proporcionando con el transcurso de los años.
Una historia para pensar ahonda en esta idea. Actualmente está siendo muy utilizada en técnicas de empresa para invitar a los trabajadores a salir de la "zona de confort" en la que habitualmente nos movemos y adentrarnos en lo desconocido, en el ámbito de la creatividad y la innovación. Creo que también tiene una lectura espiritual evidente y por eso la quería compartir con vosotros:
Un maestro paseaba con su discípulo cuando llegaron a un poblado muy pobre. Visitaron a una familia del lugar, que los recibieron con ropa vieja y maloliente. Les explicaron que no obstante fueran humildes se sentían afortunados de tener una vaca, gracias a la cual podían sobrevivir a pesar de sus precarias condiciones. El padre de la familia dijo que bebían la mitad de la leche que les proporcionaba cada día, y la otra parte la vendían a cambio de otros alimentos en una ciudad vecina.
Cuando se marcharon del lugar, el sabio le dijo al joven discípulo: “coge la vaca de estos señores y lánzala por el precipicio”. El joven no lo entendió, pero lo hizo.
Unos años después, remordido de culpa por haber realizado aquello, decidió volver a aquel poblado. Cuando llegó se sorprendió al encontrarlo repleto de jardines, tiendas y fuentes. Parecía un lugar totalmente distinto, y también le extrañó que la casucha donde había estado en su día visitando a aquella familia era una casa bonita. Se horrorizó imaginando cómo aquella familia, tras perder a su vaca, habrían tenido que vender su casa y marcharse.
Preguntó entonces a un hombre que vio junto a la puerta: “¿Sabe dónde puedo encontrar a una familia que vivía aquí hace unos cuatro años?” a lo que el hombre le contestó: "Somos nosotros".
El joven, extrañado, le preguntó: “¿Cómo lo hicieron para cambiar de vida?” y el hombre le contestó: “Teníamos una vaca que murió, y entonces tuvimos que arreglárnoslas para sobrevivir de otra manera. Montamos un negocio que ha funcionado bien y ahora nos sobra de todo”.
La historia se puede adaptar a lo que os digo. Una desgracia se transformó en oportunidad de mejora para una familia que lo único que hacía era subsistir de mala manera. Los planes de Dios actúan también de esta manera, sacando bienes de donde en apariencia solo hay desgracias. Eso sí, la vaca no creo que estuviera conforme ni con la moraleja del cuento ni con mis reflexiones... En fin, como casi siempre, todo depende de la perspectiva desde la que uno analice las cosas.